el arte de la muerte


El arte de la muerte, es el arte de morir, no estipulado ni pauteado en ningun libro ya que su autor a de fallecer en el momento de la escritura, sin embargo las malas lenguas (suponiendo que existen algunas que son bondadosas) nos cuentan que es el momento en el cual la vida se arremolina en torno al ojo del protagonista para así abrirle paso a un mundo nuevo.
Las viejas comentan que el infierno se vive en la tierra (mandando a la cresta al pobre de Dante), por lo que en el lecho de muerte, los demonios de la existencia atacan al hombre moribundo. La cama se convierte en el altar donde los recuerdos personificados, identificados, vivenciados y conchetumadrizados ("horrible realidad" diría Balzac), para dar paso a la ramificación y union entre corazón y cerebro, donde la angustia por las acciones toma cabida en cada vena y aorta. Se mueve entonces por el cuerpo, el arrepentimiento, el que no hice, el como lo hice, el por qué lo hice y por sobre todo, el que puta que rico que lo hice.
Una vez que el cuerpo inundado de recuerdos, donde la sangre se torna cafecita con las limpias aguas del Mapocho, se acercan las ánimas de aquellos que han partido. Momento tenso porque empezamos a sacar los trapitos al sol, ya que antes de partir, hay que pagar la cuenta y no hacer perro muerto (a san Pedro no le gustan los gueones cagadores). La amante, la esposa, el chofer de la micro y el amigo solitario, son los que tarde o temprano estarán esperandote... una visita de médico, vienen, te ven, te dicen y se van (es todo un rito esto señores). Luego que cada órgano a quedado pintado y macaqueado con la sangre café mapochienta, ataca el deseo. Es entonces que aparecen l@s angeles seductores, ofreciendo el cuerpo y el espíritu, ofreciendo los labios y el cuerpo. Es labor entonces del futuro occiso saber elegir entre abrir los ojos y mirar por ultima vez el mundo en el cual a crecido, probar por medio de la vista la belleza natural y terrenal, junto al rostro de su hija bañada en lágrimas, que toma la mano de su padre... o simplemente cerrar los ojos, besar la boca del ángel y envolverse en fuego seductor (¿has visto cuanto moribundo no abre los ojos?). Cuando el deseo del hombre aspira a un más allá y quiere sentir algo mas que la pasión, para alcanzar algo que roce el sentimiento (¿amor? quizás, no sé) se enfrenta a la cruda realidad de que el corazon de la mujer se encuentra enterrado bajo los pechos, por eso es tán dificil llegar a amarrar el amor de la fémina, puesto que ha sido creado para ser alcanzado cuando la lujuria se olvida y la mano puede penetrar en la carne... muy tarde aprende la leccion mi querido futuro no vivo, puesto que se ha quedado en la cascara sin apreciar el sentimiento de quien tiene al lado. Sea como sea, una vez que la explosion de la carne a destruido el deseo, solo quedando el anhelo, aparece la familia viva, sana, pecadora y habladora, para con rostro aún mas muerto que el que muere, rodea la cama como si fuera un colgante de esqueletos obsevando la carne que ya han perdido. La hora final llega acentuada por el rostro cansino de la madre que no esperaba enterrar un hijo. Se corta el hilo de la vida, para empezar a tejer con la lana de la muerte el paso a la eternidad. El alma del ya fallecido se sienta con las piernas abiertas a observar la autopsia (al fin se conoce por dentro el güeon) para pasar al velorio, donde gente que ni el conoce hacen gala de sus buenos modales trayendo flores y comiendo lo que ofrece la anfitriona. Al lado del cadaver servido para la tierra, se encuentra el pollo frito servido para la tia Ximena. Llevado a la misa, donde el cura habla palabras ya repetidas, que ni el entiende, observando el rostro de Jesús en la cruz (perdón, observando la madera pintada en Roma, esmaltada en Suiza y comprada en el Bio Bio), sólo espera salir rápido de esto y poder abrazar a la viuda de pechos grandes y sabrozos, como los de aquella monja en el seminario. Caminando bajo el sol, llevando el ataud de roble, los invitados a tan digno espectaculo se atornillan en el pasto a decir sus últimas palabras. El alma del fallecido escucha calmo la voz de su amigo que habla de experiencias, que según el aún sangre caliente fueron de una espectacularidad única, pero que para el incorpóreo, resultan de un cinismo aberrante ("siempre se quizo tirar a mi mujer este güeon"). El ataud baja a tierra. Los gusanos esperan. El alma queda sola. Entra en el túnel y el tiempo desaparece, pues la vida es eso, tiempo y espacio, momento y recuerdo, presente y pasado. El muerto nada en la nada haciendo nada diciendo nada pensando nada viviendo nada descansando nada y cansandose de nada. Está en el limbo, en el espacio, en el espacio intermedio del reloj de arena. sentado en el punto que las manecillas del reloj se unen. Es eterno y por eso no existe, por que no existe el tiempo, ni la nada, sólo él y nadie más. El rito se ha cumplido y el arte de la muerte a creado una nueva obra de arte... muchas en el día y eso no es producción en masa, solamente es natural

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